sábado, 28 de febrero de 2009

Un par de oídos sordos .-




Se le detuvo el corazón, se le treparon y le llegaron a la garganta milcicuentaycuatro bolas de pelo de gato... la ahogaron. Y la cabeza le daba vueltas, y las manos y pies no le servían... y no lograba entender nada de lo que le sucedía. Se le retorció eso a lo que ella llamaba alma, tenía ganas de gritar, de ensordecerlo, de abrirle los ojos con pinzas... quería que sintiera en la piel su dolor, no por lastimarlo sino por demostrarle tal sufrir y su falta de comprensión. No ganaba nada ni quería hacerlo, lo único que la aliviaba era sentirlo, pero de inmediato se rompía otra vez toda por dentro en mil pedazos cuándo él se lo repetía. Necesitaba que él le viera todo, que mirara por dentro de ella, no quería reconocimiento por ciertas cosas, solo quería que sean valorados tantos años en pena, tanta paciencia, tanto logro que esperó para ser obtenido y tanta mueca que ella le hacía para tenerlo. Nada más... luego dormir la siesta.

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